Julia, 69 años, había cuidado a su marido y a sus hijos toda la vida. Siempre con problemas de colesterol elevado, nerviosa y preocupada era como muchas mujeres de una determinada época.
Dedicada a sus laborales. Cuando su marido falleció comenzó a presentar problemas de memoria, no dormía, lloraba constantemente y un par de veces se perdió al regresar a casa. Unos vecinos la llevaron de vuelta. Un día creyó que había gente en su casa y salió gritando por la escalera. Vivía con miedo a pesar del apoyo de sus hijos y vecinos. Tras la muerte del marido, sus médicos le recetaron un antidepresivo y un hipnótico para que durmiera.
Pedro tenía 55 años y notaba que estaba muy amilanado, tenía miedos que antes nunca jamás había pasado. Empresario. La crisis económica había sido dura con su pequeña empresa de impresión de libros y documentos. La tensión, el estrés, los despidos y los problemas económicos estaban superándole. No dormía, mal comía, tomaba ansiolíticos. Tenía despistes y todo comenzaba a importarle poco.
Dos historias comunes, dos historias diferentes, con momentos y situaciones distintas, pero cada vez más usuales. Hace unos años decir “Alzheimer” era recibir como respuesta: “Al…qué?”. Hoy no. Todo el mundo sabe qué significa la palabra, porque todo el mundo tiene un conocido directo o indirecto que padece la enfermedad.
Siempre comento como persona que me gustaría vivir hasta por lo menos los 95 años siempre que dos de mis órganos estén bien: mi cuádriceps (un músculo que me permitirá levantarme, andar, ponerme los pantalones o sentarme en la taza del inodoro por mi cuenta), y mi cerebro. Bueno, soy médico vivo de mis conocimientos y disfruto de la vida gracias al mismo.
El envejecimiento de la población —nuestro país es uno de los campeones del mundo—, va a permitirnos vivir más años y que generaciones enteras lleguen a edades impensables; esto es un éxito, el resultado de un conjunto de circunstancias favorables, pero también va a traernos nuevos problemas como la dependencia y la discapacidad de los últimos años y más enfermedades neurodegenerativas como son las demencias sean de tipo Alzheimer o de otro tipo, enfermedades que son, créanme, las únicas que son capaces de matar dos veces: cuando el paciente deja de ser y de reconocer o de comunicarse y cuando al final fallece. Entre el tiempo de los inicios de la enfermedad y el fallecimiento pueden pasar muchos años, años de sufrimiento para el paciente y para la familia.
¿Se puede evitar tener los problemas de los pacientes anteriores? Sí. ¿Cómo?: primero entendiendo que nuestro cerebro es un órgano que es capaz de tener plasticidad —y responde positivamente a los cuidados— y proporcionárselos. A través de un programa de neuroprotección.
Estos programas no son cosas extrañas ni para gentes especiales; los debemos hacer todos. Evidentemente los hacemos en nuestra Clínica de Medicina Integrativa, pero hay personas que quizá no deseen poner en marcha los recursos que tenemos nosotros.
Todo comienza con una buena historia clínica donde el médico y paciente charlan con el objetivo de que el primero conozca la situación del segundo. No debe haber prisa. No se puede hace bien esto sin por lo menos emplear una media hora de preguntas y respuestas. Tras ello hay que explorar al paciente. Globalmente y no sólo neurológicamente. Nosotros practicamos entre otras pruebas un estudio de Biorresonancia de la casa alemana Med—Tronik (no es una resonancia magnética), y un ecodoppler, que visualiza el grado de estenosis de nuestros vasos que llevan sangre al cerebro.
Con ello podemos conocer si hay riesgo de que un trombo alojado en la pared de la carótida salga despedido hacia el cerebro creando un ictus (embolia o trombosis cerebral) con la consiguiente parálisis de la mitad del cuerpo. Se hace una analítica de sangre que valora parámetros tradicionales como la presencia o no de anemia, el colesterol total y fracciones junto a los ya no tan nuevos parámetros como la homocisteína, los reactantes de fase aguda o la función de la hormona cortisol y de otras. Por ejemplo, muchas mujeres no saben que tras la menopausia se pone el acento en la osteoporosis o en el control ginecológico del cáncer de mama, pero de lo que realmente mueren las mujeres es de accidente cerebrovascular. El riesgo cardiovascular y que afecte al cerebro es el auténticamente peligroso y se trabaja poco en ello.
Valorar la situación del estado cognitivo puede hacerse con pruebas muy complejas y caras o con estudios de valoración cognitiva sencillos de práctica clínica, como es, por ejemplo, el estudio del reloj. Habrá pacientes con necesidad de realizar una resonancia magnética cerebral dependiendo de sus circunstancias, pero eso no es lo habitual. Muchas veces una buena experiencia clínica, junto a un tiempo dedicado a la historia y la exploración y pruebas no invasivas ayudan a conocer los riesgos presentes y vislumbrar los futuros. En otras personas puede ser que sea necesario incluso recurrir a estudios de polimorfismo genético para valorar historias familiares de alteraciones neurológicas. Aplicar el sentido común es importante en las pruebas médicas.
Y además de evitar fumar, hacer más ejercicio individual y ajustado a cada persona, dieta antiinflamatoria (dieta integrativa, recomiendo leer el artículo del numero pasado de esta revista sobre el tema), mejorar el sueño o realizar técnicas mente—cuerpo de relajación para control del estrés, y verificar nuestro sistema cardiovascular —no hipertensión, no hipercolesterolemia o la ateroesclerosis, control de la diabetes si lo somos—, hay algo más que se puede hacer: nuestro pacientes reciben programas de nutrientes cerebrales que, con lo que se sabe por publicaciones científicas, mejoran la calidad de vida, reducen el riesgo de deterioro cognitivo, y si se ha presentado lo retrasan.
El papel de la nutriterapia ortomolecular está cada vez más consolidado. Los omega 3 a dosis adecuadas, el papel de la combinación de vitamina E y del grupo B, fosfatidilcolina y fosfatidilserina o antioxidantes como el ácido lipoico.
No hay posibilidad de proteger nuestro cerebro si no somos capaces de controlar nuestro estrés. El estrés existe y el trabajo médico es enseñar a controlarlo. Sabemos cómo se puede hacer y sus resultados generan beneficios importantes. El cortisol —una hormona destinada a protegernos— segregada en exceso actúa de forma lesiva en áreas del hipocampo —una zona cerebral importante—, con destrucción similar a la que les ocurre a los pacientes con Alzheimer. Ser feliz, tener apoyo familiar, buscar una ilusión es esencial para nuestro cerebro, por eso las técnicas mente—cuerpo, la meditación, yoga terapéutico, coherencia cardiaca o la musicoterapia son prácticas que aplicamos en estos programas de protección cerebral.
Autor: José Francisco Tinao
Web: medicinaintegrativa.com
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº2