LA IMPORTANCIA DEL ENTORNO EN LA SALUD
El entorno está cambiando pero la medicina no se está adaptando a esta nueva situación a la misma velocidad. Puede llegar el día en que los médicos deban replantearse la forma de trabajar, pues para entonces las enfermedades no tendrán nada que ver con las actuales. De hecho ya hoy en día no se pueden explicar los incrementos de alergias e intolerancias o el incremento del cáncer, y poco o nada se conoce de las enfermedades relacionadas con el entorno, como los síndromes de sensibilización central.
La contaminación, ya sea física (como la radiación electromagnética artificial) o química (por ejemplo, los compuestos que hemos incluido en nuestra cadena alimentaria, alguno de ellos sobradamente reconocido como peligroso), están cambiando nuestra forma enfermar. Y se está poniendo en evidencia la fragilidad de nuestra existencia y la importante relación que tenemos con el medio ambiente. El reto está en la prevención, y así se vio hace muchos años cuando en la Unión Europea se elaboró y redactó el principio de precaución como herramienta de prevención de posibles riesgos. La prevención es un muy buen instrumento en medicina. Lamentablemente no es lo más practicado, ya sea porque sus efectos no son fácilmente perceptibles o porque cuando estamos sanos no pensamos en que enfermar sea una posibilidad. Todos conocemos el refrán “es mejor prevenir que curar” que refleja lo importante que es practicar hábitos de vida saludables como base de la prevención de enfermedades. Quizá estas enseñanzas se deberían impartir en las escuelas.
LAS ENSEÑANZAS DEL DR. HOUSE
La salud geoambiental es una forma de entender que una gran parte de las enfermedades que sufrimos hoy en día tienen su origen en nuestro entorno, y que se pueden prevenir si cuidamos nuestro entorno. Si alguien sabe de cómo el entorno puede llegar a enfermar a una persona es el doctor House. Cuántas veces hemos visto como el famoso médico de la serie televisiva enviaba a su equipo a casa de un paciente a encontrar factores físicos, químicos o biológicos que explicaran la dolencia de su paciente. Pues eso precisamente es la salud geoambiental, pero practicada antes de que ocurra la enfermedad, como técnica de prevención.
Si nos paramos a pensar un poco en cómo es nuestra vida y la observamos detalladamente, lo primero que vamos a ver es que pasamos entre el 80% y el 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados. También vivimos, de forma general, totalmente desconectados del medio natural. Pasamos la tercera parte de nuestra vida en la cama y en muchos casos hemos dormido en el mismo sitio durante prácticamente toda nuestra vida adulta. Si en nuestra cama nos vemos sometidos a un factor que pueda dañarnos, aunque sea muy débil, tarde o temprano acabará afectando a nuestra salud.
Por tanto, cada día cobra más sentido abordar la enfermedad desde el punto de vista del estudio del entorno de la persona. El estudio de todos los factores de riesgo que nos rodean nos orientará sobre el historial de exposición a factores de contaminación geoambiental de la persona y nos aportara un mayor conocimiento de su estado de salud y de los posibles riesgos. Esto cobra especial importancia cuando nos encontramos con trastornos del sistema nervioso, del sistema endocrino, sistema inmune o trastornos degenerativos. También en determinadas enfermedades emergentes como la SQM (sensibilidad química múltiple), síndrome de fatiga crónica, fibromialgia, electrosensibilidad, todos ellos síndromes de sensibilización central. Existen también artículos científicos que relacionan otras enfermedades como el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) y el alzhéimer con exposiciones ambientales.
EL HISTORIAL COMPLETO DEL PACIENTE
Tratar la enfermedad y no mejorar el entorno de la persona es un tratamiento a medias. Hay que abordar de forma integral todos los posibles factores que puedan contribuir o han contribuido al desarrollo de la enfermedad. Los hábitos de vida, los factores emocionales y los factores ambientales deben tratarse también, pero esto no es lo habitual. Muchas personas enfermas nos comentan como su médico sabe mucho de la enfermedad que padecen pero no sabe nada de ellas como seres humanos. Por supuesto mucho menos de dónde y cómo viven, qué posibles factores ambientales pueden estar incidiendo en esa persona.
En una buena anamnesis, es básico completar la ficha con los datos del historial del paciente, conocer factores como el lugar donde se vive, como es el entorno, si existen fábricas o polígonos industriales cerca, carreteras importantes con altas tasas de tráfico y por tanto de contaminación, el tipo de vivienda, la orientación, los materiales con los que está decorada como pinturas, barnices, el tipo de mobiliario, los productos de limpieza que se usan, la exposición a radiaciones electromagnéticas, conocer la geología del lugar para saber por ejemplo si la persona está expuesta a radón, y seguiría con todos los factores de se analizan en salud geoambiental.
La OMS reconoce que el 20% de los cánceres que sufrimos están relacionados con el medio ambiente. Es un dato demoledor y que no ha tenido casi repercusión en ningún medio, pero es más demoledor si cabe el hecho de que dichos cánceres se podían haber evitado con adecuadas medidas de prevención primaria. La OMS, en su Declaración de Asturias, ha pedido que se adopten medidas de prevención primaria del cáncer de origen ambiental y laboral en todos los países del mundo. Eso fue en 2011; la situación hoy sigue igual poco más o menos.
TU CASA NO ES TU REFUGIO
Todos estamos convencidos de que nuestras casas son sanas, pero nada más lejos de la realidad. En la actualidad nuestras casas son causa de exposición a múltiples factores de riesgo físicos, químicos y en ocasiones también biológicos. En cuanto a los factores físicos, los más conocidos son las radiaciones electromagnéticas o, mejor dicho, la contaminación electromagnética producida por las comunicaciones móviles. Mucho es el esfuerzo que se hace desde la industria por convencernos de su inocuidad, hasta el punto de tener en “nómina” a comités científicos y grupos de comunicación. Pero cada día existe más evidencia de los efectos biológicos que este tipo de radiación nos produce. Los incrementos exponenciales en el número de gliomas multiformes, el tipo más letal de glioma, que se están produciendo en todos los países del mundo, y los numerosos estudios que relacionan distintos tipos de cáncer con la exposición a la telefonía móvil demuestran al menos que no existe un consenso científico sobre la seguridad de este tipo de radiación. La Unión Europea ha invertido más de 38 millones de euros en investigar, ¡38 millones!, pero… ¿de verdad no son inocuas? Entonces, ¿para qué tanta investigación?
La realidad es que la industria está trabajando en reducir la radiación que emiten los equipos, en cambiar la forma de uso para no tener que colocar el elemento radiante cerca del cerebro y en nuevas tecnologías que permitan enviar más datos con menor emisión de radiación. Y todo esto porque conocen perfectamente la verdad. De lo contrario, no emplearían ni dinero ni esfuerzo en modificar aparato ninguno.
LOS CABLES QUE SE OCULTAN EN LA PARED
Otro factor de exposición en nuestro hogar son las radiaciones que emiten nuestra propia instalación eléctrica y los electrodomésticos conectados a ella. Menos mediática que la telefonía móvil, este tipo de exposición es mucho más importante, desde el punto de vista de la salud, porque su intensidad es mucho mayor y el tiempo de exposición es alto. Los campos eléctricos y magnéticos que nos rodean en nuestra casa están, posiblemente, detrás de muchas de nuestras enfermedades.
Lo vemos en nuestro día a día como expertos en salud geoambiental: siempre que una enfermedad aparece, detrás hay un campo electromagnético en la cama del afectado. Hay que tener en cuenta que nuestros hogares están sobreelectrificados, por las paredes de nuestras casas pasan múltiples instalaciones por las que circula la electricidad, y siempre hay carga aunque no estemos haciendo uso de ella. Por tanto, es importante conocer nuestra exposición y tomar las medidas para corregir los valores de riesgo.
La exposición a estos campos es muy conocida y existen innumerables estudios científicos sobre efectos biológicos producidos por exposición a campos de baja frecuencia. Tanto es así que la OMS reclasificó, en el año 2001, los campos magnéticos de baja frecuencia como un posible cancerígeno humano del grupo 2B en base a la evidencia de que relaciona la exposición a estos campos con la duplicación de casos de leucemias infantiles.
La parte eléctrica de este tipo de radiación electromagnética también se ha relacionado con diversos efectos, aunque es cierto que ha sido poco investigado ya que siempre se ha dado por sentado que estos campos no pueden afectarnos. En la actualidad ya sabemos con certeza que la exposición a los mismos mientras descansamos aumenta nuestros niveles de cortisol. Es decir, que estos campos actúan como un estresor crónico.
También se refleja en la literatura científica la relación de campos eléctricos de muy baja intensidad, solo 10 V/m (voltios por metro), con alteraciones en la comunicación neuronal. Otro campo en desarrollo es la aplicación de pulsos concretos de campo eléctrico a células madre para activar el crecimiento de un tipo concreto de tejido, evitando así los crecimientos tumorales. En general, los campos electromagnéticos de baja frecuencia se están relacionando con alzhéimer, esclerosis, diabetes, daños oxidativos, asma infantil, obesidad infantil, leucemia infantil… y cada día surgen nuevos estudios que evidencian el riesgo de la exposición a dichos campos.
RADIACIONES NATURALES
Otro factor a tener en cuenta son las conocidas como radiaciones naturales o variaciones del campo electromagnético y geomagnético terrestre, conocidas como redes naturales Hartmann y Curry, así como las variaciones que en ellas pueden producir los elementos geofísicos del terreno, como los cursos de agua subterránea o fracturas del terreno como las microfallas. En ocasiones las estructuras ferromagnéticas del edificio pueden afectar la estabilidad de estas redes. Un estudio de salud geoambiental puede poner de manifiesto los niveles de exposición a estos factores.
En la literatura científica podemos encontrar estudios que relacionan las variaciones de campo geomagnético con esclerosis. Otros estudios relacionan la exposición a zonas que denominan de estrés geopático con alteraciones del ritmo cardiaco y de la presión sanguínea. En la Fundación para la Salud Geoambiental, y en colaboración con el Instituto Español de Coherencia Psicofisiológica, hemos relacionado algunas áreas, como son los cruces de líneas Curry o Hartmann, con cambios en la variabilidad y coherencia cardiaca. Estas investigaciones, que aún están en desarrollo, vendrían a demostrar la relación que siempre hemos intuido entre zonas alteradas y posibilidad de enfermar.
La contaminación que actualmente sufrimos en nuestras ciudades no queda atrás cuando cruzamos el umbral de nuestra puerta. En realidad, los tóxicos ambientales tienden a concentrarse hasta cinco veces más en el interior de los edificios, según los datos de la EPA (Agencia de Protección del Medio Ambiente estadounidense). Esta realidad es difícil de asumir por cualquiera, ya que todos vemos nuestra casa como un refugio, pero la evidencia demuestra que nuestro hogar puede contener múltiples compuestos, tóxicos o no, que pueden ser causas contribuibles en el desarrollo de enfermedades. Formaldehído, benceno, material particulado, niveles altos de CO2, metales pesados son solo algunos de nuestros compañeros de piso con potencial para dañarnos y que pensamos que no existen.
ABRAMOS LAS VENTANAS
Un error muy común que solemos encontrarnos es la creencia de que ventilar la casa es malo porque “entra la contaminación”. Esto se hace regla en los casos de personas con SQM que mantienen, de forma totalmente errónea, cerrada la casa a cal y canto. Esto produce un efecto de concentración de tóxicos y CO2, convirtiendo el aire que respiran en algo cuasitóxico para cualquier mortal. Hay una regla que deberíamos todos conocer: la única forma de eliminar un tóxico es disolverlo en el aire. Por lo tanto, lo que debemos hacer es añadir más y más aire para poder reducir la concentración del tóxico en cuestión. Buenos hábitos de ventilación de la casa, a primera hora de la mañana, entre las 6 y las 7, y a últimas hora de la noche sobre las 11, es la mejor forma de reducir la carga tóxica que se va acumulando durante el día. Mantener un adecuado nivel de humedad relativa y una temperatura confortable ayuda a que respiremos un aire de mejor calidad.
La limpieza con productos… mejor sin productos: aspirar el polvo y fregar con agua es un buen hábito de limpieza, y si no podemos resistirnos a añadir algo al agua, mejor que sean unas gotas de limón y si lo soportamos unas gotas de amoniaco. Pero lo ideal es agua limpia y cambiarla en cuanto se ensucie. En el caso de que las fuentes de emisión de tóxicos estén en el interior, por ejemplo muebles antiguos con altos niveles de formaldehído, deberemos eliminarlos de nuestro entorno.
La creencia de que las plantas depuran nuestro aire es una de esas historias que solemos escuchar y que nada tienen que ver con la realidad. Estas historias se basan en un experimento de la NASA que intentaba proveer de aire respirable a un equipo de astronautas creando una atmosfera artificial mediante plantas. El objetivo no se consiguió, obviamente, entre cosas porque no solo de oxígeno vive el hombre; de hecho en nuestra atmósfera el oxígeno solo representa el 21% del total de gases que respiramos.
Es cierto que las plantas durante el día consumen CO2 y desprenden oxígeno, si bien por la noche el proceso se invierte. Aunque el balance siempre es positivo en oxígeno debido a que las plantas son los seres más eficientes del planeta, también es cierto que algunas plantas toleran bien cierto nivel de algún tóxico como el formaldehído, pero eso no significa que purifiquen el aire en absoluto. De hecho todas tienen un umbral a partir del cual, igual que nosotros, mueren por intoxicación. Un ejemplo conocido es el umbral que tienen al SO2, que es muy inferior al que los humanos podemos soportar. Mientras que para un humano no comenzarán los problemas hasta los 300 μg/m3, para las plantas a solo 200 μg/m3 se produce la muerte por necrosis foliar.
ECHEMOS CUENTAS DE LO QUE RESPIRAMOS
La importancia de conocer cómo es el aire que respiramos es fundamental. Pensemos por un momento. Decíamos al principio que pasamos entre el 80% y 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados. Respiramos entre 5 y 6 litros de aire por minuto, que en 24 horas serían entre 7.200 y 8.600 litros. Tomemos como ejemplo de lo que respiramos solamente al material particulado, que es un contaminante que aglutina en su composición una variada relación de componentes como sulfatos, nitratos, hidrocarburos, amoniaco, cloruro sódico, metales pesados, carbón, polvo de minerales, cenizas metálicas y agua. Bien, pues basándonos en los objetivos de calidad del aire de la OMS, que por supuesto no se cumplen, tendríamos que el objetivo para partículas de PM 10 es de 20 μg/m3 (microgramos por metro cúbico) y para las de PM 2.5 el objetivo es de 10 μg/m3.
Esto implicaría que cada día respiramos entre 144 y 172 microgramos de partículas PM 10, y entre 72 y 86 microgramos de las de PM 2.5. Puede parecer poco, pero si lo multiplicamos por días a la semana, al mes, al año, nos daremos cuenta de la cantidad de sustancias tóxicas que respiramos. Deberíamos tomar conciencia de lo importante que es para nuestra salud. Una parte de estas partículas dañarán nuestros pulmones, mientras que otra parte pasará al torrente sanguíneo y podrá ocasionar daños en cualquier órgano. Tengamos en cuenta que el material particulado está declarado como cancerígeno humano del grupo 1.
Así que seamos serios y, si queremos disponer de una mejor calidad de aire, eliminemos elementos que puedan ser fuente de contaminación, realicemos ventilaciones diarias y, en casos extremos, hagámonos con un buen sistema de purificación. En fin, a estas alturas espero que alguien se haya convencido ya de la importancia que tiene el lugar donde vivimos en relación con nuestra salud. Es algo que parece muy obvio pero que en realidad nadie se plantea seriamente, se le quita importancia.
La salud geoambiental es la herramienta que permite conocer realmente como es el entorno donde vivimos, permite saber si vivimos en una casa sana o no. Debe ser una herramienta habitual en la prevención de enfermedades e incluso debería ser una norma de uso común a la hora de urbanizar y construir lugares sanos donde vivir. Si conseguimos vivir en lugares más sanos probablemente enfermaremos menos.
JOSE MIGUEL RODRÍGUEZ, Fundación para la Salud Geoambiental
Artículo publicado en la Revista Vivo Sano nº 16