La vitalidad, el humor, la paciencia, la concentración, la resistencia en el trabajo y la salud dependen enormemente de lo que comemos.
Si tuviéramos que describir cómo nos alimentamos en el siglo XXI, podríamos empezar diciendo que es el siglo de las contradicciones. La obesidad es una pandemia en el primer mundo, pero disponemos de un laberinto de dietas que se mueven entre lo excéntrico, lo delirante y lo directamente dañino: que si la dieta Atkins, la dieta Perricone, la dieta Dukan, la dieta disociada, la dieta de los días alternos, la dieta hiperproteica, la dieta del grupo sanguíneo, la dieta del zodiaco, la dieta del té verde… Otra contradicción: vivimos más que nunca en épocas anteriores, pero nos asolan las enfermedades cardiovasculares y metabólicas derivadas de una mala alimentación.
Y aún otra contradicción más: al revés que en siglos pasados, disfrutamos de una sobreabundancia de alimentos y nos dejamos tentar por la palatabilidad de los alimentos procesados y precocinados, pero no sabemos comer, ni los alimentos son como antes.
Elisa Blázquez, responsable del departamento de Nutrición y Dietética de la Clínica Medicina Integrativa y autora del libro “Dieta integrativa. La dieta que tu salud necesita”, aboga por dejar de contar las calorías de cada plato, olvidarnos de los planes de nutrición cerrados y estrictos y poner el foco en la alimentación como forma de prevenir enfermedades y mejorar nuestra calidad de vida.
Los medios de comunicación nos bombardean a diario con miles de dietas seguidas por personas famosas de cuerpos esculturales y aspecto envidiable. ¿Qué es la dieta integrativa, en qué se diferencia de otras dietas “superventas” y por qué me conviene seguirla?
La dieta integrativa es una dieta antinflamatoria. No es una dieta pensada en principio para perder peso o para conseguir un cuerpo bonito, aunque esa pueda ser una consecuencia añadida. El objetivo principal de la dieta integrativa es ayudar a prevenir enfermedades. Mejora la salud desde el interior y esto nos lleva a conseguir un buen aspecto físico, además de un bienestar general a corto y a largo plazo.
Al revés que otras dietas, no es un plan dogmático y cerrado, sino que enseña a comer alimentos naturales de máxima calidad y a cocinar correctamente. Todos estos cambios se consiguen paso a paso a través de un proceso de conocimiento y de adaptación a las circunstancias personales de cada uno.
¿Qué es lo primero que debemos pensar a la hora de replantearnos nuestra alimentación?
Si me lo permites empezaré comentando cuál fue mi primera reflexión personal: ¿por qué no acabo de encontrarme bien, si llevo una vida “sana”? En mi familia hay varios casos de cáncer, ¿puedo hacer algo para prevenirlo?
Para dar el importante y difícil paso de cambiar hábitos, cada uno debe encontrar su propio pensamiento motivador. Es importante reflexionar sobre lo que se quiere en la vida y comprender cómo la alimentación puede ayudar o entorpecer. La vitalidad, el humor, la paciencia, la concentración, la resistencia en el trabajo y, por supuesto, la salud, dependen enormemente de lo que comemos.
Y por último, pienso que todos nos tenemos que hacer esta pregunta: ¿sé realmente lo que estoy comiendo y para qué lo estoy comiendo?
Hablando de vida sana: vivimos más que nunca, pero la obesidad es una pandemia y las enfermedades metabólicas se extienden. ¿Por qué todo lo que nos gusta engorda? ¿Qué ha pasado para que hayamos perdido hasta este punto la noción de alimentarnos correctamente?
La oferta de alimentos que tenemos a nuestro alcance es poco apropiada. Hoy en día se priman los alimentos procesados y los alimentos precocinados, que están repletos de aditivos artificiales para garantizar su conservación y aumentar desmesuradamente su palatabilidad, lo cual es sinónimo de ventas. Las campañas de marketing nos engañan. Y además, por supuesto, no tenemos ninguna conciencia sobre lo que comemos, así que tampoco podemos echar todas las culpas a la industria alimentaria.
El problema es mucho más complejo de lo que se cree. Pensar que nos intoxican poco a poco de una manera tan inteligente que hasta nos provoca satisfacción parece muy retorcido, pero no está muy lejos de la realidad.
Comer es positivo, satisface, divierte, entretiene y hace sentir bien. Relacionarlo con la enfermedad es extraño para nosotros porque se trata de un vínculo negativo que no encaja. Por otro lado, hasta hace relativamente poco, la oferta de alimentos era escasa y de mayor calidad, se comía de manera cultural y local, no era necesario “aprender a comer”. Todo este entramado de condicionantes ha sido utilizado astutamente por la industria alimentaria para cambiar el tipo de alimento que llega a nuestra mesa cada día sin que apenas seamos conscientes.
Cada vez hay más cáncer y cada vez encontramos más consejos nutricionales, libros, dietas y hasta alimentos supuestamente anticancerígenos para este tipo de pacientes. ¿Se puede curar el cáncer a través de la alimentación?
Por desgracia todavía no sabemos cómo curar el cáncer. Me encantaría decirte que sí, pero no puedo hacerlo. Hay muchos otros condicionantes que provocan cáncer además de la alimentación y que no podemos olvidar: la contaminación, el estrés, las radiaciones, los conflictos no resueltos… Pero, sin lugar a duda, la alimentación es fundamental para prevenir el cáncer y para tratarlo, aunque no todo dependa de ella.
¿En qué otras patologías la nutrición puede jugar un papel clave?
Te diré que no hay patología en la que no sea clave la nutrición. Cuando se trata una enfermedad hay que estudiar los desequilibrios que el organismo tiene en su totalidad. No hay dietas específicas para una patología, pero sí hay pautas dietéticas para reducir la inflamación, mejorar la salud gastrointestinal, evitar déficits nutricionales, disminuir el estrés oxidativo o depurar el organismo. Todos estos aspectos juegan un papel importante en cualquier enfermedad.
Por ponerte algunos ejemplos, enfermedades como psoriasis, candidiasis, colon irritable, artritis reumatoide, fibromialgia, diabetes, lupus o cáncer, entre otras, pueden beneficiarse claramente de una alimentación integrativa.
Enfermedades aparte, veamos un supuesto con el que se identificarán muchos de nuestros lectores: soy una persona sana y preocupada por la vida sana. Trabajo, tengo pareja e hijos y es la hora de ir a la compra. ¿Qué meto en el carrito? No tengo tanto tiempo para los pucheros como tenían nuestras abuelas…
¡Qué bien! Siempre me gustan los consejos prácticos y sencillos en las entrevistas.
Lo básico para la semana sería: fruta y verdura de temporada (al menos cinco tipos diferentes para toda la semana y si son más, mejor), legumbres, arroz integral, frutos secos crudos, huevos ecológicos, pescado fresco y aceite de oliva virgen extra.
Y según lo que nos guste para desayunar: pan de cereales de horno, copos de cereales o harinas integrales para elaborar postres caseros naturales.
Si no hay tiempo para pucheros, no hay problema. Cocina la verdura y los pescados a la plancha con aceite de calidad, cuece el arroz y las legumbres en agua y combínalas con estas verduras para que los platos sean más vistosos y sabrosos. La cocina puede ser sencilla, lo importante es que la materia prima sea buena.
Sigamos con este supuesto cotidiano: sí, soy una persona sana, pero como muchas otras personas hoy en día, a veces el estrés de la vida diaria me supera. ¿Puede ayudarme la dieta a manejar la ansiedad?
Definitivamente sí. Controlar el hambre con unos horarios de comidas ordenados y regulares, con cinco comidas al día, y evitar las subidas y bajadas de azúcar tomando hidratos de carbono de absorción lenta (integrales) es fundamental para controlar la ansiedad. Llevar una dieta sana ayuda a controlar la parte fisiológica de la ansiedad. Pero no hay que olvidar la parte psíquica, que sin duda, juega un papel dominante la mayoría de las veces. Por ello, en la dieta integrativa se considera básico que el cambio mental y de conciencia acompañe a la manera de comer. Es la única forma de tener control sobre la ansiedad.
Es llamativo cómo han cambiado los supermercados en los últimos tiempos: ahora hay mil productos integrales, biológicos, ecológicos, con gluten y sin gluten, con lactosa y sin lactosa… ¿Hasta qué punto tenemos que dar un vuelco a nuestra alimentación?
El cambio hay que hacerlo con conocimiento, muchas veces ofrecen productos “sin” como algo positivo, cuando realmente no es así. Por ejemplo, no todos necesitamos tomar alimentos “sin gluten”. Además, estos alimentos a menudo tienen una cantidad elevada de aditivos alimentarios para conseguir que sean más palatables, y en consecuencia distan mucho de ser saludables.
No hay que dejarse llevar por las modas, hay que hacer cambios que sean positivos para la salud de cada uno y cuando lo hacemos tenemos que buscar siempre la alternativa más natural. Recomiendo huir de los productos muy manipulados aunque sean “sin” azúcar, gluten o grasas.
La dieta mediterránea ha recuperado popularidad y protagonismo pero, por otra parte, entre las recomendaciones actuales se cuelan nombres exóticos como tempeh, wakame, tofu, quínoa, mijo, nishime… ¿Cómo combinamos tradición y novedad?
La parte positiva de la globalización es que ahora tenemos alimentos saludables de otras culturas alimentarias al alcance de nuestra mano. La dieta mediterránea es buena, pero la japonesa o la india también lo son. ¿Por qué no integrar algunos de sus alimentos? Obviamente la mediterránea encaja más con nuestro estilo de vida y el entorno en el que vivimos, pero podemos aderezarla con algas en los guisos, con miso en las sopas o con una paella de quínoa de vez en cuando.
Siempre digo que nos alimentamos bien por lo que comemos, no por lo que dejamos de comer. Por ello es bueno ampliar el abanico de alternativas del menú y convertirlo en algo verdaderamente nutritivo.
Por otra parte, los alimentos tradicionales ya no son lo que eran. Todos sabemos que los tomates de hoy no saben como los de antes y que los huevos no tienen el mismo color. ¿Cómo podemos estar seguros de que proporcionamos a nuestro organismo los nutrientes necesarios?
Es cierto que los alimentos de hoy ya no son como los de antes. Hay estudios que demuestran cómo ha cambiado con el tiempo la composición nutricional de determinados ingredientes. Personalmente, lo que más fiabilidad me aporta es consumir los alimentos de temporada y ecológicos. Un tomate en invierno ha tenido que ser cultivado sin la luz del sol y con fertilizantes, es imposible que tenga el mismo sabor y calidad nutricional. Para evitar carencias, este aspecto es importante, pero también que llevemos una alimentación variada, con materias primas no procesadas y que cocinemos la comida lo menos posible para evitar las pérdidas de nutrientes por calor.
Los superalimentos están de moda. ¿Qué hay de cierto o falso en ellos?
Se llama superalimento a todo el que tiene una elevada cantidad de nutrientes y antioxidantes. El seudónimo de superalimentos me hace gracia porque le aporta una cierta divinidad o poder que se escapa de la realidad. Pero, por supuesto, es muy cierto que alimentos como la chía, la quínoa, la alfalfa o las bayas son alternativas muy buenas para integrar en el menú y le aportan un valor nutricional añadido. No obstante, no debemos olvidar que lo importante es el conjunto de la dieta y no la ingesta de un alimento aislado.
También están de moda los suplementos nutricionales. Hay tantos que parece imposible orientarse. ¿Hacen falta? ¿Cuándo? ¿Cómo elegirlos?
Para contestar esta pregunta necesitaríamos otra entrevista entera… pero lo intentaré.
Como venimos comentando, alimentarse correctamente y sin carencia de nutrientes en la actualidad es complejo. Los suplementos nutricionales pueden resultar muy beneficiosos para evitar carencias y algunos, como los ácidos grasos omega 3, resultan esenciales en patologías que tengan un cierto carácter inflamatorio.
Sin embargo, hay que consumirlos con precaución y sabiendo bien lo que tomamos: no todos tienen la misma calidad, ni todos son buenos para todo el mundo. También es necesario subrayar que, en el tratamiento de enfermedades crónicas, los suplementos en dosis terapéuticas pueden ayudar enormemente a mejorar la calidad de vida e incluso el proceso patológico.
¿Qué es lo que más fácil les resulta a tus pacientes cuando les hablas de mejorar su nutrición y lo que más les cuesta? ¿Qué consejos puedes dar a los lectores que quieran emprender el camino de la dieta integrativa?
Lo más fácil siempre es mantener lo que me gusta y no tengo que cambiar. Lo más difícil hoy en día es la organización. Con el ritmo de vida que llevamos resulta complicado dedicar el tiempo necesario para hacer la compra, cocinar e incluso para llevar unos horarios adecuados de comida.
Aconsejo ir poco a poco y no querer cambiar de un día para otro. Es mejor ir haciendo pequeños cambios sin prisa y que cada modificación la interioricemos bien, de forma que seamos capaces de mantenerla para siempre.
Predicando con el ejemplo: ¿qué has comido hoy?
He desayunado muesli hecho en casa (avena, semillas de sésamo, avellanas naturales y arándanos) con bebida de avena, y he comido garbanzos cocidos y rehogados al curry con alcachofas, puerro, germinados y ajo. A media mañana tomé un par de mandarinas, y para media tarde me he traído un puñado de frutos secos. Y hoy para cenar tengo crema de calabaza y no sé si hacerme una tortilla o tofu marinado a la plancha, ya lo decidiré cuando llegue a casa.