Pocas son las veces que la Medicina ortodoxa ha empleado tiempo, recursos y estudios en señalar el impacto que el actual modelo económico, vinculado a una explotación sin control adecuado de los recursos naturales, está provocando sobre nuestro hábitat y en consecuencia en nuestra fisiología, siendo responsable o corresponsable de numerosas patologías. Como mucho, algunas exposiciones masivas o el trabajo de asociaciones de afectados por contaminación de acuíferos o explotaciones mineras han logrado llevar a los tribunales a los responsables de generar daño humano.
Recientemente la propia SEOM, Sociedad Española de Oncología Médica, se lamentaba que se había superado mucho antes de lo previsto el número de casos de cáncer en nuestro país. Y en la lista de sus conclusiones de las causas en ningún momento se atisbó la posibilidad de preguntarse si tendría algún papel el modelo de crecimiento económico, la explotación radical de recursos, la agricultura desmesurada o una ganadería intensiva, el uso masivo y creciente de redes electromagnéticas u otros sistemas similares, los cosméticos, los aditivos alimentarios, los conservantes, etc. Se parece mucho a los comportamientos de hace tiempo, cuando los primeros médicos hablaron de bacterias. No se veían. No existían. Y fueron recibidos con el desdén o con furibundas palabras. Hoy ya nadie hace una intervención quirúrgica con un mandilón para protegerse la levita de la sangre. Hay un protocolo notable de asepsia y antisepsia, ¿verdad?
Dicen que la historia se repite, especialmente cuando no se conoce.
PONER EN LA LISTA DE CAUSAS DE ENFERMEDADES LOS TOXICOS MEDIOAMBIENTALES ES UNA DE LAS PRIMERAS OBLIGACIONES PARA LOGRAR UN DIAGNÓSTICO “NORMALIZADO” Y BUSCAR OPCIONES DE TRATAMIENTO DE RIGOR
¿Por qué ocurre esto? No puedo pensar que exista una especie de “Telón de Silencio” en torno a este tema. Es más bien el resultado de varios factores. Inicialmente uno de ellos es el factor cultural. Y me refiero al conjunto de ritos, mitos y leyendas que toda sociedad y organización, en este caso profesional, tiene, que hace que escasamente se piense en este factor etiológico. ¿Se piensa en ello en los casos de cáncer de mama? ¿Se piensa en ello en los procesos neurodegenerativos? Cuando alguien en algún sitio (y hay numerosos grupos de investigadores notables y loables, porque van contra corriente) lo hace, sigue siendo algo “curioso” y recibido con incredulidad. ¿Qué los componentes de los plásticos pueden crear alteraciones en los receptores endocrinos? ¿Qué la placenta y el cordón umbilical de un recién nacido tiene derivados de pesticidas?… ¿Cómo es eso posible? Y los “escépticos” reclaman… evidencias.
La segunda circunstancia se relaciona con el diagnóstico. La medicina, en contra de lo que se pueda pensar, utiliza recursos de diagnóstico muy escasos y tradicionales. Y gracias a las aportaciones de la Física hemos mejorado las ecografías, endoscopias, RMN, PET-TAC… Pero en el laboratorio, en el campo de la toxicidad medioambiental, nuestras posibilidades no son amplias.
Los tóxicos en sangre no son elevados, y sus niveles séricos no son representativos de lo que puede estar ocurriendo en los tejidos, en el espacio mesenquimal o en el interior de las células. Los parámetros de “normalidad” que se aceptan internacionalmente están alejados de las relaciones entre la determinación de la sangre y su conexión con la patología, algo que se considera “evidente” para otras determinaciones: colesterol, hemoglobina, fosfatasa alcalina, etc. Todavía no determinamos normalmente el selenio o el zinc en suero como lo hacemos para protocolizar y determinar el mercurio o los PCBs. Y las técnicas de laboratorio no son sencillas de montar y de mantener. Muchas veces no se dispone de ellas en todos los laboratorios. En numerosos casos estos temas han estado vinculados a una especialidad de la medicina que unas veces ha sido forense, y otras, medicina del trabajo, como la Toxicología, especialidad tosca y ardua para un médico medio. Por eso, ante el incremento de determinados procesos ya conocidos: cáncer, procesos neurodegenerativos, infertilidad y otros, no entran en los protocolos usuales.
Un factor añadido, que viene a sumar complejidad, es que no podemos tener una visión unidireccional. La tuberculosis generalmente la produce un número de bacterias muy determinadas y clasificadas, que se pueden cultivar, aunque a veces sea difícil, y que tiene un tratamiento potencialmente exitoso. En medicina medioambiental esto no es así. De entrada hablamos de afectación no de un trabajador o un número de trabajadores expuestos puntualmente a una dosis critica de un “escape”. Hablamos de un fenómeno acumulativo, de mínimas dosis que entran en nuestro cuerpo día a día y que no salen o lo hacen escasamente gracias a los procesos de detoxificación fisiológico. Hablamos no de una sustancia, sino de muchas, que además interaccionan entre sí, y que al llegar al organismo comienzan a reaccionar con rutas bioquímicas propias creando nuevas moléculas. Muchas de ellas son desconocidas. El entramado bioquímico es de tal calibre que pocas mentes son capaces de abordarlo con rigor. Y hablamos de susceptibilidad individual: genética, y también de la que tiene que ver con las capacidades individuales de eliminar sustancias nocivas, gracias a la bioquímica hepática entre otras. Hablamos de muchos matices.
Un último factor tiene que ver con las opciones de tratamiento. La medicina y sus practicantes tienen una vocación hacia el éxito. Les gusta solventar problemas, y si lo hacen rápidamente mejor. Esto no ocurre con los tóxicos medioambientales y sus procesos patológicos donde no tenemos terapias “rápidas de eliminación” de tóxicos y menos cuando las lesiones sobre un órgano diana o sus complementarios ya se han producido. La gran mayoría de la medicina desconoce las posibilidades de las terapias de quelación, ozonoterapia, el uso de los procesos terapéuticos de la biorresonancia, las posibilidades de estimular los procesos de detoxificación hepática con glutatión, ácido lipocio, vitamina C y otras del grupo B, los tratamientos intestinales para proteger la barrera y evitar seguir exponiéndose. Todo ello hay que hacerlo sin caer en paranoia, porque no se puede crear un problema añadido. Las personas deben recibir información veraz para evitar exponerse. Siempre digo que valemos más como consumidores que como ciudadanos, y esto desafortunadamente es una realidad, realidad que bien llevada se convierte en un instrumento de acción y cambio.
Los que nos preocupamos por los factores medioambientales, dentro del amplio marco de las causas de las patologías, tenemos mucho que aprender, tenemos mucho que divulgar, aunque ello conlleve a veces momentos ingratos e injustos. Tenemos mucho que investigar, y debemos hacerlo con rigor. Desde la Medicina Integrativa este tema nos interesa y nos seguirá interesando.
DR. JOSÉ F. TINAO, Director Médico de CMI-Clínica Medicina Integrativa