La angustia es un afecto, un estado de afectación intensa. Cuando tenemos angustia, todo nuestro organismo lo percibe. Puede tener una repercusión orgánica: el corazón se acelera, hay una sensación de presión en el pecho, la respiración se entrecorta, hay temblores, etc., y una repercusión psíquica: tememos lo peor, estamos en alerta, pensamos en el futuro de manera catastrófica. Cuando los síntomas están confinados a la esfera psíquica, lo llamamos ansiedad. La ansiedad es querer saber del futuro antes de hacerlo, y cuando afecta al cuerpo, lo denominamos angustia.
Cuando pensamos en la angustia, solemos hacerlo como algo negativo, sin embargo, la angustia también tiene su función protectora, es un miedo que nos advierte del peligro. Pero, ¿cuándo el peligro es interior, es un peligro fantaseado, irreal? Entonces la angustia pasa de ser protectora, a ser padecimiento. A veces, uno está tan acostumbrado a los síntomas que ni considera que se puede vivir de otra manera. Hay personas que se preocupan por todo excesivamente, están siempre apresuradas, inquietas, nerviosas, temiendo el futuro, creyéndose incapaces de conseguir sus objetivos. Muchas personas dicen: yo soy así, esa es mi personalidad. Pero nadie es así, si no que está así. Es la enfermedad la que le hace estar así. En este caso, la angustia o la ansiedad. Y si tratamos este padecimiento, podremos vivir más felices y acercarnos más a la definición de salud de la OMS, ese estado de completo bienestar físico, psíquico y social y no solamente la ausencia de enfermedad. Tenemos derecho a conquistar la salud, a vivir lo mejor que nos sea posible.
La ansiedad y la angustia son algunos de los motivos de consulta más frecuentes en las consultas médicas. Quién no ha dicho alguna vez la frase: “estoy estresado”. Pero habitualmente, detectamos esos estresores o factores que nos estresan: por ejemplo, frente a la primera vez que vamos a hacer una nueva actividad, frente a un nuevo reto laboral, el nacimiento de un hijo, una oposición o un examen. Son hechos puntuales y la angustia un efecto normal que acompaña a esas situaciones. Pero imagínense estar angustiado la mayor parte del día y sin poder determinar el porqué. Eso les pasa a los pacientes que padecen un trastorno de ansiedad generalizado.
Estos trastornos, muchas veces se manifiestan con la típica crisis de ansiedad: el corazón late muy deprisa (taquicardia), se suda intensamente, se respira muy rápido (taquipnea), hay temblores, se siente una opresión en el pecho y todo esto va acompañado de una sensación de que uno se va a volver loco o va a morir. Si usted ha tenido estos síntomas, ha tenido un ataque de angustia o de ansiedad. Pero a veces la ansiedad se manifiesta de una manera menos aguda y más difícilmente reconocible, con trastornos psicosomáticos, como una diarrea crónica o vértigo o arritmias o crisis periódicas similares al asma o dolores musculares generalizados y crónicos, dolores de cabeza, etc.
Si usted se reconoce en alguno de estos rasgos, probablemente tenga un TAG (trastorno de ansiedad generalizado):
- Preocupación excesiva e infundada por la salud de los familiares y tendencia a una interpretación pesimista del más pequeño síntoma. Por ejemplo, frente a un resfriado de un familiar, se piensa en la posibilidad más grave, como que tenga una neumonía y pueda fallecer por ello, incluso se imagina el entierro. Se magnifican los problemas y hay una tendencia a una visión catastrófica del futuro.
- Tendencia exagerada al control de todas las situaciones, incluso las actividades más triviales. Se intenta prever cualquier posibilidad, no se deja nada al azar, no se toleran los cambios de planes preestablecidos, reaccionando con frustración cuando no se logra lo programado.
- Hiperatención, estado constante de alerta, como si un peligro acechara, molesta cualquier ruido, se está muy susceptible e irritable. Si las cosas van bien, uno se hace la pregunta: ¿cuándo se va a acabar esto?, ¿cuándo va a venir la catástrofe?
Muy frecuentemente hay insomnio, hipersensibilidad a los ruidos o sueño superficial.
Se pueden asociar a este estado de ansiedad miedos y fobias, como la agorafobia o miedo a los espacios abiertos, fobia a los transportes o lugares cerrados (aviones, centros comerciales, metro, ascensores…), o una hipocondría: preocupación por la propia salud.
En ocasiones, se bebe o se acude al consumo de drogas para paliar esa ansiedad, como si fueran una medicina. Si tratamos la ansiedad, haremos desaparecer la adicción.
Puede haber asociados trastornos sexuales como la eyaculación precoz, que también mejoran mucho al tratar la ansiedad. El enfoque multidisciplinar de la Medicina Integrativa, ayuda a producir salud.
En los trastornos de ansiedad o angustia son beneficiosos la dieta, el ejercicio, la complementación nutricional y la fitoterapia, pero la clave está en tratar la causa de nuestro malestar.
Los tratamientos convencionales: las benzodiacepinas, utilizadas generalmente en el tratamiento de la ansiedad, pueden producir, por un lado, una sedación excesiva que puede interferir en las actividades diarias y en el rendimiento laboral y, por otro lado, la posibilidad de desarrollar dependencia y síndrome de abstinencia si se interrumpe su consumo de manera brusca. Además, no tratan el conflicto que produce la ansiedad. Son un tratamiento sintomático, pero no tratan la causa. Por eso la Medicina Integrativa ofrece otras opciones:
La dieta antiinflamatoria es importante. Las modificaciones corporales afectan a nuestro psiquismo y la salud física impacta directamente en la salud psíquica. Es recomendable evitar el exceso de sustancias excitantes como la cocacola o el café, ricas en cafeína. Una buena función intestinal y hepática es importante para mejorar nuestro estado de ánimo.
La nutrición ortomolecular (suplementación nutricional) con ácidos grasos omega 3 (por ejemplo el DHA o ácido docosahexaenoico) que tanto necesitan nuestro cerebro), la fosfatidiletanolamina/ fosfatidilserina, los complejos con vitamina B, o por ejemplo la adecuada prescripción de GABA (un neurotransmisor “sosegador o tranquilizador”), facilitan que nuestro cerebro “se alimente correctamente”.
Se ha demostrado que el ejercicio realizado regularmente, sobre todo al aire libre, reduce la ansiedad. Recuerda la máxima Mens sana in córpore sano. El cuerpo es nuestra casa y hay que cuidarla.
Hay ciertos fitofármacos (sustancias vegetales) que pueden ayudar, como, por ejemplo, la valeriana sola o combinada con pasiflora o hipérico, y algunas otras sustancias. La técnica de coherencia cardiaca, es una técnica de adecuación de la respiración, que ayuda al paciente a relajarse.
Hay algo de lo que casi nadie menciona cuando se habla de los trastornos de ansiedad y sobre lo que los médicos no nos atrevemos a preguntar, es la vida sexual de los pacientes. Una vida sana, incluye una sexualidad sana. Hay ciertos hábitos sexuales que pueden conducir al desarrollo de angustia. Una práctica de este tipo, que puede llegar a ser nociva, es, por ejemplo, el coitus interruptus. Es conveniente utilizar otros métodos anticonceptivos. Esto son preguntas que, por la pusilanimería de algunos profesionales o por falta de tiempo, nunca se hacen y que deberían incluirse siempre en la anamnesis de un paciente con angustia o ansiedad. El médico debe estar abierto a dejar hablar con naturalidad de cuestiones sexuales a sus pacientes.
Pero el centro de la cuestión está en tratar el conflicto psíquico que produce la ansiedad y no solamente en aplacar los síntomas que este conflicto produce. Esto lo conseguimos con psicoanálisis. Ayudar al paciente a tolerar la incertidumbre es una de las claves: no se puede controlar todo, y es más, las cosas salen mucho mejor cuando no queremos controlarlas, cuando nos dejamos llevar. Nos ponemos ansiosos cuando no podemos ponerle palabras a las sensaciones que sentimos, la escucha atenta de un profesional, nos ayuda a aprender a hablar de nuestros conflictos, en lugar de sufrirlos en el cuerpo en forma de palpitaciones, ahogos, presión en el pecho, diarreas o vértigos.
En la ansiedad hay una tendencia a preocuparse excesivamente por las cosas. En ocasiones esta preocupación se centra en la propia salud, dando lugar al cuadro que llamamos hipocondría o temor a enfermar. Cuanto menos nos ocupamos de nuestra salud, o más atentamos contra ella (con hábitos como el tabaco, el sedentarismo, la mala alimentación), cuanto menos nos ocupamos de cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente, más nos preocupamos por ella, por eso decimos que si te ocupas de tu salud, dejarás de preocuparte.
La Medicina Integrativa te ayuda a ocuparte activamente de tu salud, afrontando tu problemática de una manera global.
Autor: Alejandra Menassa de Lucia